Una lágrima recorría sus mejillas. Sus ojos estaban rojos, hinchados, a punto de salirse de su órbita... pero él no se daba cuenta. No era consciente de que la estaba destrozando por dentro...

Hace poco tuve un sueño. Allí estabas tú, vestido con tu ropa de Springfield, con esos colores tan

cucos que a ambos nos gustan tanto. Tu  pelo castaño, con aquel aire despeinado que lo caracte-

rizaba, y unas bermudas a juego  con  tus playeras. Estabas  a  tan pocos centímetros de mí, que

aun  en  sueños  te sentía respirar… y hablar. Con  aquel  tono amable  que  utilizabas,  pidiendo

váyase a saber qué  a  la cajera. Detrás de la estantería  de mermeladas  y confitería. Un suave

aroma nos  enlazaba  por  primera vez. Y  aquella  mirada. Bizcochos,  magdalenas y  pasteles

 derretían esencias en el aire, y hacían de aquel  un momento  aún  más  dulce. No sabría cómo

 explicarlo, ni recuerdo ya qué  me encontré en la  caja. Pero aquella  tienda tomó las  riendas de

 nuestro sueño y supo guiarnos hasta una tonta felicidad  basada en tartas de queso y pepitas de

 chocolate. Y el encontrarnos  allí, claro. Tan sólo indagan ya por mi memoria  las calles alegres y

 coloridas de un Madrid un tanto  extraño, que me recuerdan más bien a un  dibujo animado, que

 pintaba la calle despertando un sentimiento parecido a aquella capital británica que tantos otros

 sueños protagonizó, y que tal vez, fuera culpable de tantas noches inquietas y desvelos.

No soy nadie especial. Solo soy una persona corriente con pensamientos corrientes. He llevado una vida corriente. No me han hecho ningún monumento y mi nombre pronto quedara en el olvido.
Pero según como se mire he tenido mucho éxito como muchas otras personas en la vida. He amado a otra persona con todo mi corazón y eso para mí siempre ha sido suficiente.

No elegí quererte, ni tampoco sentirme la chica más feliz del universo simplemente porque existes. Tampoco elegí el día, ni el mes en el que apareciste. No elegí ni siquiera pensar en ti cada instante. Tampoco elegí tu risa, ni que me mires así, con esos ojos color ambar que tanto me gustan, y que me lo dan todo. No he elegido que se me revuelva el estómago cada vez que me hablan de ti. No he elegido tampoco los cabreos, los abrazos, ni los besos, ni echarte de menos cada vez que te vas tú, o me voy yo. No he elegido necesitar tus abrazos para sobrevivir, ni tus tonterías, ni cada momento contigo. Pero también quiero que sepas algo, si pudiese haberlo elegido, te hubiese elegido a ti, que no te quepa la menor duda...