Tras dos años en Nueva York tratando de olvidar, de no pensar en el abandono de Babi, ni en la muerte de su mejor amigo, Step regresa a Roma.
Ésta no parece haber cambiado mucho. No le resulta difícil encontrar un trabajo como diseñador, seguir disfrutando de sus paseos en moto por la ciudad, de las discotecas, de esas fiestas elegantes con jovencitas que viven su primera experiencia con éxtasis o scoop.
Podría ser una vida envidiable, pero también está la vergüenza de un padre pusilánime y de esa madre con la que tiene todavía tantos problemas pendientes.
Y, sobre todo, está ella. Porque cuando sólo tienes sexo, el viejo amor sale a buscarte, te atrapa enseguida. Y el recuerdo de Babi, su presencia constante, ese amor que te eleva a tres metros sobre el cielo, que sólo adviertes lo maravilloso que es cuando lo has perdido, está presente en todas las esquinas de Roma. Incluso cuando Step conoce a la divertida Gin, se resistirá, añorando recuperar esa sensación perdida: tener ganas de alguien, pero no de cualquiera, sino de una persona en concreto, esa que nos quita el sueño, la que no nos deja vivir.