Y por mucho que te duela, quisieras imaginar tan sólo un día en el que todo fuera como antes. Que nada hubiera cambiado, seríamos las mismas, el mismo sitio de siempre, y cualquier cosa. Sin ningún problema por un ¿qué hacer?, porque eran ellas, todo lo que tenías y nada más. Porque lo demás no entraba, y porque no había miedo a perderlas. Estabais juntas, en aquella burbuja gigante, de la que nunca habíais querido salir. Hasta que ¡Zas!, todo se marchita y se olvida. La mente de niña que tanto te había hecho vivir hace las maletas para dar paso a otra más rebelde, menos sensible, aunque no por ello menos divertida.
Se acaban los buenos momentos y se sustituye a los verdaderos amigos, a aquellos que desde un principio estuvieron allí.
De repente ves a aquella compañera de alegrías, de llantos, de caídas, de acampadas y de fiestas, de escapadas de casa, de… “¿quién nos compra la bebida?”, de “tengo que llevar a mi hermano…”
Sí, la ves, y en ese momento se te cruzan todos aquellos recuerdos, pero de vuestras bocas tan sólo sale un simple “hola”. No debes reprocharle nada, porque tiene una nueva vida. Pero duele, ¿verdad? Duele ver cómo el tiempo se lleva nuestro pasado, y no le deja volver jamás…